El ejercicio físico nutre el cerebro, literalmente.
Cada vez son más los estudios que apuntan en esta dirección y confirman que constituye, junto con una alimentación adecuada, la mejor manera de mantener en forma las funciones cognitivas, entre las que destaca -pero hay muchas más y muy importantes- la memoria.
Incluso se ha observado que puede contribuir a prevenir o retrasar el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer y otras demencias.
La práctica de ejercicio físico de forma habitual aumenta el tamaño de áreas cerebrales clave para la memoria y otras funciones.
La cuestión es determinar cuál es el mejor ejercicio para el cerebro y en qué dosis.
En concreto, se apreció este aumento de tamaño en la materia gris, que ayuda a procesar la información, y la materia blanca, que conecta diferentes regiones cerebrales, así como en el hipocampo, que es fundamental para la memoria.
Específicamente, los científicos descubrieron que el ejercicio físico es capaz de revertir patrones de expresión génica propios de la microglía envejecida, devolviéndolos a los patrones observados en la microglía joven.
En ese mismo estudio se observó que es posible lograr un efecto positivo en la salud cerebral incluso con niveles moderados de actividad física, como caminar menos de 4.000 pasos al día.
Lógicamente, mayores niveles de ejercicio aportarán beneficios adicionales.
Caminar es la actividad física que más se ha vinculado a una mejora de la memoria y otras funciones cognitivas, pero probablemente se debe a que es la modalidad que más se ha estudiado.